¿Qué te parece la historia

jueves, 29 de mayo de 2014

Capítulo 17.

Bien, algunos habréis notado (espero) que tendría que haber subido hace una semana, el jueves pasado. Pero, sintiéndolo mucho, no he podido subir hasta ahora. Se acercan los finales y estamos en esa época en la que quieres degollar a todos los profesores porque te han mandado dieciséis trabajos la semana antes de los globales. Así que lo siento mucho, pero por fin vengo con el 17, que carga una sorpresa de las gordas. Recomiendo LEER EL 1er CAPÍTULO para entender mejor este. Quizá no os acordéis de algo o alguien que tiene todo el protagonismo en este 17.Y dicho esto, solo me falta añadir una cosa más: tres comentarios, por favor.

Este capítulo va dedicado a Carol, que siempre me ha brindado un gran apoyo y se ha tragado todos mis escritos. Muchísimas gracias, de verdad, sobre todo ahora que es cuando más ayuda me has dado, con lo del concurso. Te quiero :)

PD.: No está corregido por falta de tiempo.

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Capítulo 17.
Cuando pude volver a abrir los ojos, notaba que me habían arrancado las tripas de cuajo. Recordé que al viajar al Infierno no me había sentido así, por lo que se lo dije a Ancel.
–Técnicamente, es porque tú no deberías estar aquí. Solo yo tengo permitida la entrada al plano terrestre.
–Pero, ¿cómo venían los otros espíritus, entonces?
–Después de la guerra, Satanás colocó una especie de capa sobre todo el plano para evitar que más personas decidieran viajar.
–¿Y tú cómo pasas?
Ancel me miró durante un rato, como si dudara de contestarme o no.
–Yo… –vaciló–. Satanás me convirtió en la Muerte después de una batalla.
–¿Por qué? –Era perfectamente consciente de que a Ancel no le gustaba hablar de eso, pero tenía que aprovechar.
–Porque hice un juramento. Los juramentos no se rompen, nunca. Y, además, yo nunca incumplo mi palabra.
Sus ojos ambarinos reflejaban dolor mientras se bajaba del semental y me ayudaba a hacer lo mismo, deslizándome por el lomo negro del caballo.
–¿Por qué crees que es tan malo? –le pregunté.
–¿Qué te hace pensar que creo que es malo?
–Porque te avergüenzas, y porque te duele hablar de ello.
Él se quedó callado mientras se pasaba la mano sobre su pelo color bronce.
–Es… Cuando me impuso mi castigo, estuve media hora agonizando en el suelo. Sentía que algo me ardía por dentro, como si me estuviese consumiendo en fuego.
–¿Qué hay de malo en eso, dejando de lado el dolor que pudieses haber sentido?
–Me quemaron vivo –soltó.
Su revelación me pilló completamente por sorpresa. Tanto, que los dos nos miramos durante unos segundos mientras yo procesaba la información.
Antes de que yo pudiera decir algo, que seguramente lo habría estropeado todo, Ancel siguió hablando:
–Fue la primera vez que tuve un miedo incontrolable. Ni siquiera el momento de mi muerte. Desde que me hicieron General, he tratado de esconder mi vida pasada, de encerrar todos los recuerdos en una caja con llave. Toda mi existencia se ha centrado en tres cosas: luchar, matar y olvidar. Hasta que llegaste tú.
 Abrí la boca para decir algo, pero en seguida supe que lo único que iba a salir de mi boca eran balbuceos, por lo que, simplemente, me acerqué a él y lo abracé.
Sus brazos me envolvieron y me apretaron contra su cuerpo mientras yo enterraba la cara en el hueco de su cuello. Sentía sus manos acariciando mi pelo lentamente, mientras el lazo que nos unía –no el de magia negra, sino el que de verdad me importaba– se fortalecía cada vez más.
Cuando nos separamos, sus ojos ambarinos me escrutaron con ternura.
–Cuando me convertí en la Muerte, un deseo de matar y causar destrucción se apoderó de mí. Yo… no tenía poder sobre mi cuerpo o actos. Fue horrible. Es como si algo me controlara, mientras yo miraba impotente.
–Pero ahora ya lo dominas –dije, sonriendo.
–Supongo –hizo una mueca.
Nos sumimos en un silencio que aproveché para observarle. Parecía incómodo, o como si me estuviese ocultando algo. Sin embargo, no le di mucha importancia.
–¿Se te ha pasado ya la molestia del estómago? –me preguntó.
–Ajá –con la conversación no me había dado ni cuenta.
De hecho, me había dado en qué pensar para, por lo menos, un siglo.
Los sentimientos de Ancel por mí no eran nada claros, además de que sentía como si algo me presionara el pecho.
El constante miedo de que Satanás nos encontrara también rondaba mi mente. Yo sabía perfectamente de lo que Lucifer era capaz de hacer. Podría quedarse sin su mejor espía por una cuestión de orgullo, así que, ¿qué le impediría deshacerse de una chica que no sabe ni cómo coger una espada?
En ese momento, un ruido me sacó de mi ensimismamiento.
Miré directamente a Ancel, que reprimió un grito ahogado antes de caer al suelo. Pude ver cómo sus ojos se ponían en blanco antes de que mi amigo los cerrara fuertemente.
Corrí hacia él, que estaba encogido en el suelo.
–Oh, mierda –repetía.
Entonces me vino a la mente el día en que sus ojos habían cambiado de color y le había dado un jamacuco. Cuando había tenido que matar a alguien.
Me quedé arrodillada junto a él, impotente, mirando cómo se retorcía en el suelo mientras soltaba improperios.
Tras unos minutos, se recompuso y abrió los ojos, que, tal como esperaba, eran de un azul eléctrico.
–Qué oportuno –comentó Ancel, con un tono sarcástico y distante.
Ares se acercó resoplando. Pasó por mi lado, me lanzó una nueva mirada asesina y se colocó junto a Ancel. La guadaña había aparecido como si nada en el costado del semental, colgada de la silla.
Ancel advirtió mi mirada suspicaz hacia el arma y se volvió hacia mí.
–Es mi… símbolo de poder.
–¿Sin ella eres débil, o algo? –iba a hacer un comentario sarcástico, pero, por alguna razón, se me quitaron las ganas.
–No, pero es lo que me permite, por decirlo de algún modo, segar los hilos de la vida. Cualquier otro espíritu no sería capaz de matar a un ser vivo, a no ser que seas una Fuerza.
–¿Una Fuerza? –las preguntas se me agolpaban de nuevo, por lo que me esforcé por contenerlas.
–Un tema que dejaremos para más tarde –Ancel le restó importancia con la mano.
–Está bien, pero, ¿la guadaña desaparece? Antes no estaba ahí.
–Se camufla –él se encogió de hombros.
–¿Para evitar robos? –Arqueé las cejas.
–Por diversión. Esa cosa solo la puedo tocar yo.
Asentí con la cabeza, sin tener nada más que decir. Ancel se volvió hacia Ares y montó. Después me tendió la mano para ayudarme a subir.
Cuando ya estuvimos los dos arriba, Ancel cerró un momento los ojos, y luego puso a  Ares a un trote lento.
–¿Cómo sabes dónde tienes que ir? –pregunté.
–Lo siento. Es como si, delante de mis ojos, un hilo hubiera aparecido, guiándome hacia el lugar. Además, tengo una fuerte atracción hacia mi víctima.
–Pareciste sorprendido cuando te dio el… flus, y antes dijiste que mi muerte la tenías muy preparada. ¿Por qué esta no? ¿Por qué la del otro chico tampoco?
Ancel se quedó un momento en silencio, como si sopesara sus ideas.
Luego contestó:
–Es… esta muerte no la tenía preparada –el titubeo era más que claro. No obstante, lo dejé correr. Ya tenía demasiadas cosas de las que preocuparme.
Después de casi dos horas de viaje, Ancel detuvo a Ares. Me llevó un momento para reconocer el lugar, y, cuando lo hice, una punzada de dolor recorrió mi alma.
Era mi barrio. El parque donde me había encontrado con Ancel.
–¿Qué estamos haciendo aquí?
–Aquí es adónde me ha dirigido el “hilo”.
Un miedo empezó a apoderarse de mí. ¿Y si Lía era la víctima de Ancel? ¿O algunos de mis familiares?
Traté de tranquilizarme. “Es un barrio grande”. Inspirar. “Hay muy pocas probabilidades de que sea un conocido”. Espirar.
–Lo siento, Leyna –dijo Ancel–. No sé quién es. Te diría algo si pudiera, pero no es la ocasión.
Sabía que estaba intentando calmarme, por lo que decidí ponerle el trabajo más fácil.
–Si quieres…
–Lo único que quiero ahora es no pensar en ello –le corté.
Él asintió en silencio, con los ojos azules brillando por la compasión. Pero yo no quería compasión. No la necesitaba. Además, yo era un Purgador, algo así como una rareza. Uno de cada cinco. Tenía que olvidar mi vida, como había hecho Ancel. Por fin lo comprendía: era mejor dejarlo pasar.
Respiré hondo varias veces, me convencí de que no tenía que dejarme sucumbir en el miedo o la preocupación, y avancé junto Ancel por el cruce en el que me atropellaron.
Ya no quedaban rastros de sangre. De mi sangre. ¿Habría olvidado el vecindario el siniestro que había tenido lugar… tiempo atrás? ¿Cómo estaría mi familia?
Se me pasó por la cabeza la idea de visitar a mi madre, a mi hermano y a Lía después de que Ancel terminara su tarea (dejando de lado la posibilidad de que uno de ellos fuera la víctima de mi amigo), pero descarté en seguida la ocurrencia.
–¿Me perdonarías? –preguntó Ancel de improviso.
Yo le miré con el ceño fruncido, sin entender. O sin querer hacerlo.
–Si la persona que tengo que matar fuera un conocido… ¿me perdonarías?
–Creo que siempre lo haría –mi respuesta le arrancó una sonrisa torcida, lo que me puso de mejor humor.
Anduvimos por varias calles más, haciendo un camino que me conocía demasiado bien. Por el sol, deduje que era la hora de salida del instituto.
De nuevo, el miedo y la preocupación amenazaban con apoderarse de mí, lo que me obligó a luchar para mantener la calma.
Después de unos minutos más, la reja que daba al aparcamiento del edificio en el que se suponía que debía estudiar, se abrió ante nosotros.
Por ella, mares de adolescentes diferentemente hormonados salían a borbotones, tratando de escapar de allí como más rápido se pudiera.
Miré a Ancel, indecisa, con numerosos pensamientos cruzando mi mente. Sin embargo, el más fuerte era una pregunta que formulé con los ojos, porque no fui capaz de decirlo en voz alta.
–Sí, es aquí. Está dentro –dijo Ancel, con voz queda.
Tragué saliva y me erguí, dispuesta a no derrumbarme. No iba a dejar que aquello pasara.
–Vamos –comencé a andar hacia el instituto, con la mirada puesta en el frente.
Noté a Ancel caminando a mi lado, seguro de sí mismo, como era habitual. Sus ojos azules relampagueaban, buscando a su víctima, como si fuera un depredador a punto de dar caza a su presa. Y, en cierto modo, lo era.
En dos zancadas grandes, mi amigo me alcanzó. Siguió con paso rápido hasta que estuvo unos centímetros por delante de mí, guiándome hacia dentro.
–Pase lo que pase… –empezó.
–Pase lo que pase, tú vas a hacer tu trabajo, y yo no te lo voy a impedir –le interrumpí.
Él asintió.
–No hace falta que mires, si es un conocido tuyo.
–Todos aquí son conocidos. Solo quiero que pase esto de una vez, y poder irnos adonde tengamos que irnos.
–Está bien –contestó Ancel, un poco desanimado.
–Y de todas formas, ¿por qué te afecta tanto? Creía que a ti no te importaba a quién matabas, y de aquí no conoces a nadie.
–Porque te afecta a ti –respondió, fijando sus ojos azules en los míos.
Suspiré y me esforcé por dedicarle una media sonrisa, que, a pesar de todo, no me salió muy allá. Sin embargo, él sí que sonrió abiertamente.
–Venga –dijo, cruzando la puerta que daba al interior del edificio.
Anduvimos por unos pasillos que ya casi estaban desiertos. Se me hizo raro ver que al pasar junto a las personas, estas ni siquiera nos advertían. Era perfectamente consciente de que esto ya había ocurrido, pero después de nuestra estancia en el Infierno, donde todo el mundo podía verme y oírme, me resultaba completamente extraño.
En seguida supe adónde nos dirigíamos, por lo que tuve la necesidad de preguntar el día exacto.
–Estamos a jueves. Mayo –contestó Ancel.
Respiré aliviada. Ninguno de mis mejores amigos tenía biología a última hora los jueves.
Cuando finalmente alcanzamos el aula, descubrimos que estaba vacía. Yo pensé que era una mala señal, pero Ancel sonrió abiertamente.
–Justo a tiempo –comentó.
Me dio un golpecito en la mano para indicarme que le siguiera, cosa que hice.
Recorrimos el pasillo hasta las escaleras, donde una figura estaba a punto de bajar las escaleras.
Entonces, Ancel echó a correr hacia el chico, a quien yo no era capaz de reconocer aún. Había algo en su figura que me resultaba familiar, algo en su manera de andar, en la forma en que su pelo rozaba su cuello.
Justo cuando el joven iba a poner un pie en el primer escalón, Ancel le empujó, haciendo que el chico se golpeara la cabeza contra el borde de uno de los peldaños, terminando con su vida de la manera más tonta.
El espíritu del muchacho comenzó a emerger, todavía de espaldas a nosotros.
Su energía era una mezcla de cuatro colores diferentes: rojo, azul, blanco y marrón, y hacía ondas en el aire con mucha fuerza.
Por fin, el chico se dio la vuelta, haciéndome soltar un grito ahogado. Miró su cuerpo unos instantes, confuso, hasta que advirtió nuestra presencia.
Alzó la cabeza, dejándonos ver unos ojos marrones que, sin duda, confirmaban que Ancel se había cargado al segundo chico más guapo del mundo (después de él). Al chico del que llevaba pillada desde quinto.
–Es Tom –dije, para nadie en concreto.
–Sí –contestó Ancel–. Y es un Elemental.

jueves, 15 de mayo de 2014

Capítulo 16.

¡Hola! ¡Feliz día de San Isidro si vives en Madrid! Yo no he tenido cole uajaja :3 En fin, traigo un 16 con una pequeña sorpresita y un Ancel muy cabreado. ¿Queréis saber por qué? Leed :) ¡Pero todavía no! Tengo cosas que decir. La primera es que, como siempre, quiero comentarios. Tres por lo menos. La segunda, y creo que os va a gustar, es que me dejéis vuestros correos en comentarios o por cualquiera de las redes sociales que tengo para la novela. Tengo un regalito ^-^ Y bueno, creo que eso es todo... Siento que se me olvida algo, pero no sé el qué. ¡Ah! Otra cosa. Este capítulo no va repasado, porque tras 230 páginas, he llegado al punto de la novela en la que todo lo que escribo me parece una mierda y me aburre, así que, si leo lo que llevo escrito, me deprimo y me entran ganas de dejar de escribir, pero no lo haré. No otra vez. Así que, siento los fallos. Disfrutad :) ¡Oh, no! ¡Esperad! Ya me acuerdo. Pasaos por aquí y dadme vuestra opinión, que cuando lo termine va a concurso^^ ¡Gracias! Invisible.

Este capítulo va dedicado a Pat, que tanto me amodia. Yo también te amodio, falsa Clary y anatidaefóbica (como yo) :) En fin, gracias por todo ^^

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Capítulo 16.
Ancel me condujo –o me arrastró– por un entramado de pasillos en el que me perdí en seguida.
Cuando ya llevábamos al menos veinte minutos caminando, se detuvo casi de golpe, lo que hizo que casi me chocara contra él.
 –¿Qué? –pregunté, tratando de encarcelar las emociones en una caja cerrada con llave. Me había prometido que no sacaría conclusiones precipitadas.
–La puerta está abierta –susurró Ancel.
Por el tono de su voz, pude descubrir que lo más habitual era encontrarse con la puerta cerrada a cal y canto, lo cual me extrañó, porque la verdad era que no tenía ni idea de adónde daba.
–¿Qué hay detrás?
–Ahora, oscuridad –noté la sonrisa torcida de Ancel.
–Tengo ojos, genio. ¿Qué hay en esa oscuridad?
–Se supone que el establo.
Abrí los ojos.
–¿Y qué pasa porque la puerta del establo esté abierta? A lo mejor alguien se ha olvidado de cerrar porque se le escapaba el caballo.
–Ese es el problema –dijo Ancel, como si fuera obvio,  aunque yo seguía sin verlo–. Que solo hay un caballo ahí dentro.
Y sabía perfectamente quién era. Ares.
Ancel y yo cruzamos una mirada.
–¿Quienquiera que sea el que ha abierto la puerta, crees que seguirá ahí dentro? –inquirí, mientras más preguntas se me venían a la mente. ¿Qué estará haciendo? ¿Quién puede entrar a la sala?
Ancel echó un raudo vistazo a la rendija entreabierta de la puerta, que permitía ver una franja de oscuridad completa. Luego, volvió a posar sus ojos en mí, con una sonrisa de medio lado que me puso los pelos de punta.
–¿Por qué no me lo dices tú? –dijo.
–¡Ah! Por eso tu sonrisa malvada –arqueé las cejas.
Él rio levemente, pero no contestó.
Me quedé un rato con la mirada puesta en sus extraños ojos ambarinos, cubiertos ahora por una cortina de flequillo color castaño.  Después me volví hacia la puerta entreabierta y saqué mi poder.
Cerrando los ojos, porque me resultaba más fácil y cómodo, extendí mi habilidad por toda la sala, esparciéndola por cada rincón.
Como solo percibía esencias, no pude averiguar qué tamaño tenía la sala o cuál era su forma. No obstante, tampoco sentí ninguna presencia.
Retiré mi poder y me giré hacia Ancel.
–Nada –dije, como respuesta a sus interrogantes ojos.
–Pues entremos –contestó, dispuesto a echar a andar hacia el establo.
–No, Ancel, no lo entiendes –le cogí del brazo–. Ahí dentro no hay nada.


–¿Dónde estamos? –pregunté.
Ancel se hallaba a mi lado, en cuclillas, inspeccionando el pequeño –pequeñísimo– cuarto en el que estábamos.
–Bajo la habitación de Nergal.
–Oh, bien, genial, ¿qué vamos a hacer aquí, eh?
Ancel sonrió sarcásticamente.
–¿Tú qué crees? –arqueó una ceja y añadió–: Vamos a hacer un trío.
Fruncí el ceño ante la broma, que no tenía nada de gracia.
–Le voy a partir el cuello a ese mamón como me entere de que me ha robado el caballo –aclaró, haciendo un gesto con la mano.
–Eso suena mejor.
Ancel reprimió una sonrisa y se volvió hacia el techo, al tiempo que un ruido sordo, como de una puerta cerrándose de un portazo, penetrara en nuestros oídos.
Ancel se quedó quieto, a la espera de escuchar algo más. Se volvió hacia mí y se colocó el dedo sobre los labios, indicándome que guardara silencio.
Yo asentí y decidí ser de ayuda. Tiré del calor que advertía la presencia de mi poder y lo expandí hacia arriba.
Al principio no noté nada, pero conforme lo iba moviendo a lo largo de la habitación de Nergal, sentí dos esencias, una increíblemente poderosa.
Satanás y Nergal se hallaban arriba.
Cuando retiré mi habilidad y abrí los ojos, Ancel me estaba mirando.
–¿Qué? –susurré.
–Es solo… tu energía –respondió, con el mismo tono de voz.
Bajé la mirada para intentar comprender lo que Ancel señalaba, pero no vi nada que me llamase la atención.
–Es más grande –aclaró.
Fruncí el ceño. ¿Mi energía más grande? Eso era una estupidez.
No obstante, cuando iba a preguntar, las voces de arriba llegaron bien a mis oídos, por lo que callé y me dispuse a escuchar.
–¿Lo tienes? –Lucifer parecía satisfecho.
–Así es. ¿Cuándo conseguiré mi parte del trato? –respondió Nergal, cuyo tono de voz sonaba más bien molesto.
–Cuando me haya asegurado de doblegarlos.
–¿Creéis que será posible? Quiero decir, ya habéis visto a la chica, y ni siquiera ha empezado a ser entrenada.
–Los humanos son simples, Nergal, nunca lo olvides. Ancel me obedecerá en cuanto yo tenga algo que le pertenece. Las amenazas siempre funcionan.
–Como digáis, Señor –masculló Nergal.
–¿Dónde está, chico? ¿Dónde lo tienes? –preguntó Lucifer.
–Está en una cabaña en las lindes del bosque, bien atado. Voy para allá ahora mismo con un par de soldados.
–¿Un par de soldados? Llévate a uno de mis guardias personales.
–Prefiero llevarme a dos soldados, Señor –replicó el niño.
–Créeme, Nergal. Prefieres llevarte a uno de mis guardias, que no le ha jurado lealtad a Ancel y que no acatará ninguna de sus órdenes.
Lo siguiente que se oyó fue la puerta cerrándose, aunque las tablas del techo de la habitación en la que estábamos crujieron bajo el peso de quien supuse que era Nergal.
Tras unas vueltas por todo su cuarto, el ruido de la puerta volvió a oírse, y todo se quedó en silencio de nuevo.
–Cabrón de mierda –masculló Ancel.
–¿Quién? ¿Nergal o Lucifer?
–Nergal. Lucifer sería un cabronazo.
Reprimí la risa.
–¿Qué vamos a hacer ahora?
Los ojos de Ancel adoptaron un brillo malicioso.
–Vamos a recuperar mi caballo.


Llevábamos casi dos horas andando, y, aunque no podía sentir cansancio, empezaba a hartarme de tanta superficie lisa y blanca.
Habíamos salido del Infierno Ciudad, según lo que me había contado Ancel. El plano entero era el Infierno, y aunque antes la ciudad era llamada Capital, pronto se había pasado a denominarse Infierno, ya que no mucha gente salía de allí.
No obstante, lo único que importaba es que seguíamos en el territorio de Lucifer, pero lejos de su alcance.
Supuestamente.
Por fin, tras media hora más, las sombras de árboles bastante altos nos acogieron. Algunos arbustos reposaban también sobre la superficie inmaculada.
–¿Cómo es posible? –susurré, más para mí que para Ancel, mientras observaba las plantas.
–No son almas. Simplemente, han removido la materia para hacer las figuras y simular un bosque, pero no tienen ninguna energía –contestó Ancel.
Asentí levemente, apartando por fin la mirada de la frondosa vegetación, que tan real parecía. Sin embargo, mi amigo llevaba razón: ninguna energía manaba de los árboles y arbustos.
–Vamos –dijo Ancel, echando a andar hacia el interior del espeso bosque.
Anduvimos largo rato en silencio, donde solo el suave roce de nuestras pisadas era audible.
Finalmente, fui yo quien habló primero:
–A ver si lo he comprendido –Ancel me miró con el ceño fruncido, hasta que entendió por dónde iban los tiros–. En el Otro Lado hay dos tipos de espíritus, los Almas y los Purgadores, que recuerdan y conservan parte de su humanidad –leve asentimiento por parte de mi compañero–. Hace mucho se inició una guerra porque los Almas nos consideraban peligrosos al poder interactuar con el mundo de los vivos, ¿verdad?
–Así es.
–Dios entró en cólera y le declaró una guerra eterna a Lucifer, que ahora se ha vuelto majareta y su sed de poder le está destruyendo a él y a nosotros.
–Básicamente, sí.
–Entonces, ¿lo he entendido bien?
–Bueno, todavía hay cosas que… –se calló de repente, volviéndose con una velocidad impresionante hacia un punto en la espesura del bosque.
–¿Qué…?
–¡Shh!
Sacudí la cabeza e intenté escrutar la maleza para ver algo, pero la vegetación parecía taparlo absolutamente todo.
Sin embargo, pronto empecé a oír el leve sonido de pisadas, que poco a poco iba aumentando hasta hacerse claramente audible.
 Luego empezaron las voces, que, aunque aún no se escuchaban lo suficientemente bien como para poder distinguir lo que decían, sí eran lo bastante altas para decir a quién pertenecían.
Y una era la de Nergal.
Percibí una sonrisa en el rostro de Ancel, una que no auguraba nada bueno. Al menos, no para el chico que había robado a Ares.
 –¿Qué vamos a hacer? –susurré lo más bajo que pude.
–Tenemos que acercarnos más –respondió Ancel en el mismo tono.
Así que, agachados y procurando no hacer demasiado ruido, seguimos los sonidos de las pisadas, cuyos dueños no parecían haber advertido un peligro inminente.
En mi mente, la actividad no era poca.
Diferentes cosas me pasaban por la cabeza, pero todas estaban relacionadas con algo. O, mejor dicho, alguien. Ancel.
Recordaba las veces en las que sus manos habían estado en contacto con mi cuerpo en el insuficiente entrenamiento que me había impartido, y eso me llevaba a pensar en lo que había sucedido en mi habitación antes de que Nergal lo interrumpiera y lo que hubiera podido pasar después. Además, Ancel aún no había sacado el tema, y, aunque teníamos asuntos más importantes entre manos, yo no podía evitar preguntarme qué había significado para él.
Un nuevo ruido me sacó de mi ensimismamiento, y, cuando me quise dar cuenta, Ancel ya no estaba a mi lado, sino completamente ensartado en una pelea contra Nergal.
Los hombres de Lucifer que le acompañaban se encontraban en el suelo, al parecer, golpeados por la empuñadura de Musitel, cuyo dueño se movía nuevamente a una velocidad vertiginosa.
Nergal parecía encontrarse en apuros. Sus ojos, llenos de preocupación, intentaban captar los ataques de Ancel para poder esquivarlos a tiempo, y, a pesar de que lo conseguía, iba demasiado justo. Tanto, que, de hecho, en uno de los golpes Musitel alcanzó el costado del chico, que reprimió un alarido mientras daba un traspiés.
En ese momento, Ancel alzó a Musitel, para trazar un arco casi perfecto en el aire antes de acabar contra el cuello del rival, que se encontraba en el suelo, bien sujeto bajo el pie de mi compañero.
De pronto, sentí que debía hacer algo. No podía quedarme mirando sin más, mientras Ancel lo hacía todo. No iba a ser una niñata malcriada que solo sabe llorar. Iba a hacer algo de ayuda.
Salí de mi escondite tras los arbustos y rodeé a Nergal y Ancel, quien me lanzó un breve vistazo apenas notable y luego volvió a posar su mirada sobre el chico de pelo negro, cuyo traje estaba arrugado. Las gafas de pasta descansaban sobre el suelo a poca distancia de donde estaban ellos.
Capté un movimiento en la mano de Ancel, que sacó un puñal de su cinturón y señaló una dirección. Posteriormente lo acercó peligrosamente al otro chico.
Supe qué había significado el acto de Ancel, y también supe que él sabía perfectamente adónde me dirigía y qué pensaba hacer.
Así que me encaminé hacia el lugar que había señalado la punta del puñal, dejando también intimidad a Ancel, pues tenía la certeza de que se lo haría pagar a Nergal.
Apartando ramas y demás maleza, y recibiendo numerosos arañazos que no me importaban lo más mínimo, me abrí camino a un pequeño claro, en cuyo centro había un pequeño establo, al parecer construido con madera.
No me preocupé en esconder mi presencia allí, pues algo me decía que no había nadie en los alrededores aparte de Nergal y Ancel, cuyas palabras eran levemente audibles.
Empujé la vieja puerta, que emitió un suave crujido al abrirse, y pasé al oscuro interior del establo.
Notaba las paredes polvorientas, iluminadas por los escasos rayos de luz blanca que conseguían infiltrarse entre las grietas de la desgastada madera.
Busqué a tientas al semental de Ancel, al que tan mal parecía caerle.
El maldito animal ni siquiera se movía, pero, de alguna manera, yo sabía que estaba allí.
Era como si Ares llevara una parte de Ancel, al cual yo estaba unida.
De todas maneras, estaba allí. Yo lo sentía, pero el condenado caballo ni se movía ni hacía ruido para advertirme de su presencia, por lo que tuve que avanzar a oscuras, tocando y caminando con cuidado y endiabladamente despacio para no chocar con nada.
Cuando finalmente decidí recurrir a mi poder, una sombra cubrió la pared que estaba justo delante de mí.
Abrí los ojos sorprendida, y me quedé inmóvil. Ahora sí que resultaba verdaderamente útil no tener un corazón martilleando desbocado y una respiración que contener.
Sentía una presencia detrás de mí, muy pegada, con una energía peculiar. No obstante, debido a un miedo creciente, seguí sin hacer nada, barajando bien mis opciones antes de hacer un movimiento.
No obstante, en ese momento, un gran cuerpo negro entró en mi campo de visión de repente, haciéndome soltar un chillido histérico y pegar un brinco bastante cómico hacia atrás.
La ira se desató en mi interior, clavando una mirada iracunda en el condenado semental de Ancel, cuyos ojos ahora emitían un brillo divertido y burlón.
–Realmente se nota que eres su caballo –comenté, sin despegar todavía mis ojos de los suyos.
Me acerqué un poco, rozando su suave pelaje del color del ébano, que ahora apenas resultaba visible.
–¿Crees que si le pidiera un escarmiento a tu amo, se reirá más de la cuenta? –le pregunté a Ares.
Obtuve un movimiento de cabeza como respuesta, que no era poco.
Ahora sí, saqué mi poder y lo utilicé para comprobar mis sospechas: Ares estaba atado.
Una improvisada cabezada le unía a la pared, y, aparte de encontrarse en una especie de cuadra, varias cuerdas estaban enrolladas alrededor de sus patas, impidiéndole moverse.
Tardé varios minutos en desatarle entero, pero cuando lo conseguí, le guie hacia donde recordaba que estaba la puerta.
Ancel esperaba en el exterior, con la típica sonrisa burlona adornándole el rostro.
–¿Dónde está Nergal? –inquirí.
La sonrisa de su boca se ensanchó hasta alcanzar proporciones demasiado grandes para su cara.
–Lamentablemente, no está donde debería estar, que es pudriéndose en el limbo, pero le he dejado una marca y le he obligado a enseñársela a Satanás, lo cual es genial, porque así matamos dos pájaros de un tiro –concluyó.
Sacudí la cabeza, reprimiendo una sonrisa.
–A veces empiezo a pensar que no eres más que un asesino psicótico.
–Es probable que esté en camino de serlo –otra sonrisa.
Suspiré.
–¿Y de ser un completo idiota?
–Eso es cierto. Soy un total idiota. Y un capullo –admitió.
Asentí, satisfecha, y luego eché un vistazo detrás de mí, donde Ares esperaba pacientemente.
–No deberías enseñarle a dar sustos –dije.
Ancel estalló en carcajadas, para mi sorpresa.
–¿En serio te ha dado un susto? –preguntó cuando se le pasó el ataque de risa–. Le enseñé a hacer eso un día, cuando mi aburrimiento rozaba los límites espacio-temporales. Pero no pensaba que lo iba a aprender. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza el hecho de que me escuchara y entendiera.
–Bueno, pues sí, lo ha hecho, y no hace gracia.
Ancel luchó por controlar la risa y, cuando finalmente se calmó, se acercó a Ares y le palmeó el cuello.
–Bien hecho, amigo –susurró.
–¿Cuándo nos vamos? –pregunté, sin poder contenerme más.
–Ya mismo.
Ancel se colocó en el costado izquierdo de Ares, como la última vez, y extendió sus brazos para darme a entender que me ayudaba a subir.
–Sigue soñando –le dije, apartándole.
“No tiene que ser tan difícil subir a un caballo” pensé.
Pero vaya si me equivocaba. El maldito animal debía de medir como poco un metro ochenta, por lo que agarré las crines y me sujeté a la silla, impulsándome con todas mis fuerzas hacia arriba.
Conseguí pasar la pierna derecha al otro lado gracias a un empujoncito de Ancel, que, por suerte para él, había sido en el tobillo.
Me coloqué en la grupa para dejar espacio a Ancel y luego rodeé su torso con mis manos, lo que me llevó a pensar en el beso.
Sin embargo, aparté esos pensamientos de mi mente y conseguí centrarme en otras cosas.
–¿Preparada? –preguntó Ancel por encima del hombro.
–Sí –respondí.
Entonces, azuzó a Ares, que partió a un galope corto, pero que poco después se transformó en un gran galope tendido.
En ese momento, antes de cambiar de plano, me pregunté si verdaderamente estábamos haciendo lo correcto, si enfrentarnos a Satanás nosotros solos no era más que un suicidio.
Sin embargo, la oscuridad me tragó, llevándose consigo todos mis pensamientos.

jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo 15.

¡Hola! Primera noticia del día: ayer me dijeron que tanto yo como una amiga hemos pasado de fase en la 54º edición del concurso de jóvenes talentos de coca cola, lo cual es todo un orgullo :D Me gustaría que mis otras amigas se hubieran clasificado también, ya que escriben de muerte todas, pero no ha sido posible :$ Otra cosa, no está repasado (no tengo tiempo). Y, por favor, he notado una gran decadencia en los comentarios (de 8 a 4, o sea, la mitad), así que me gustaría que retomarais un poco la línea de antes. Me encantan los comentarios, son un gran apoyo y sirven de mucha ayuda, y no cuesta nada ponerlos, así que, por favor...
Bueno, y como el capítulo anterior se me olvidó dedicarlo, lo pongo aquí.
El capítulo 14 está dedicado a Sandra Gómez, mi hermana, que me ha apoyado siempre y con todo. En serio, no sé cómo llegué a conocerte, pero fue genial. Te quiero.

Este capítulo se lo dedico a Vera, que también ha sido una gran ayuda, que me halaga cuando no es necesario (¬¬), y con la que me encanta hablar, porque es como una segunda hermana pequeña, pero que no molesta ^^ Gracias<3

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Capítulo 15.
Pasaron unos segundos de oscuridad hasta que mis ojos se acostumbraron a la leve luminosidad de la habitación.
Frente a mí, Ancel tenía el miedo impreso en la mirada. Y, tras él, había una tercera figura, que nos miraba a ambos con unos gélidos ojos oscuros.
Lucifer.
Una sonrisa que me puso los pelos de punta le cruzaba la cara, y, al estar sumido entre las sombras que proyectaban las paredes, solo sus ojos y su sonrisa se veían bien.
Ancel se giró, encarando a su Señor, pero no dijo nada.
Lucifer dio un paso hacia delante, y tuve que contenerme para no retroceder o hacer algo que empeorara las cosas.
“¡Sabía que esto era ilegal!”, pensé.
Satanás levantó un brazo, y Ancel movió ligeramente su mano hacia la empuñadura de Musitel, por precaución.
Pero, para nuestra sorpresa, Lucifer aplaudió.
Ancel y yo nos miramos con el entrecejo fruncido, confusos, sin llegar a entender qué podía estar pasando.
La amenaza implícita de sus palabras en la visión de los recuerdos de Ancel o Lucifer no se parecía en nada a lo que estábamos viendo.
¿No estaba enfadado? ¿Ni siquiera un poco molesto?  Y, además, ¿aplaudiendo? Esto no tenía ni pies ni cabeza.
–Me parece asombroso lo que has hecho, General. Digno de mis aplausos.
Ancel apretó los labios, sin responder. Pude ver la desconfianza pintada en su rostro mientras esperaba a que fuese la única que se hubiera dado cuenta de su reacción.
–Realmente, me has sorprendido, joven. Has sido capaz de invadir mi cabeza, pero me subestimas. Soy más fuerte de lo que tú y tu amiga creéis.
–Leyna también es más poderosa de lo que ninguno cree –intervino Ancel, desafiante.
Sin embargo, fue el primer mal movimiento que hizo Ancel en toda su estancia en el Infierno, llevado por la notable ira que crecía en su interior.
–¿Ah, sí? –replicó Satanás, con una extraña sonrisa–. No me estarás ocultando algo, Capitán.
La amenaza impresa en sus palabras se podía hasta tocar.
Pensé que Ancel vacilaría, que sacaría a la luz mi poder, pero se limitó a sostenerle la mirada y responder con voz firme:
–No, Señor.
–Más te vale, joven –respondió Lucifer, borrando por fin la sonrisa.
Y entonces, desapareció, como si fuera humo.
Ancel y yo cruzamos una mirada rápida, que significaba muchas cosas.
–Ven –dijo, mientras hacía girar el pomo de la puerta.
–¿Adónde vamos? –inquirí, tratando de seguir su paso rápido por el largo pasillo.
Habíamos ido hacia el lado derecho, que llevaba a tres o cuatro puertas cerradas.
Ancel atravesó una colocada al final a la izquierda sin responder a mi pregunta. Resoplé por el esfuerzo y la frustración y me apresuré a seguirle.
Entramos en una sala polvorienta, sin tapizar, cuyos muebles eran del año de la polca y, de no ser inmateriales, se habrían caído a pedazos hacía muchos siglos.
Una fila de perchas adornaba una de las paredes, mientras que en la otra había colocada una especie de pizarra antigua. Mesas, o restos de mesas, estaban aglomeradas por toda la habitación.
–Una clase –susurré.
–Lo era –respondió Ancel entre jadeos, mientras buscaba algún punto entre las montañas de mobiliario.
–Si me dices lo que buscas, a lo mejor te puedo ayudar –le dije.
–Bueno, pues si encuentras una maldita compuerta, dímelo.
Suspiré. ¿Adónde me llevaba?
A pesar de mi creciente frustración, me puse a observar cada tabla del suelo en busca de algo que me indicase la presencia de una salida hacia algún lado.
–¿Cómo sabes que hay una compuerta? ¿Es que nunca la habías abierto o algo?
–Lo sé porque desde mi cuarto se ve –su respuesta me sorprendió.
Seguimos buscando en silencio, hasta que vi algo que me llamó la atención.
Cuando fui a andar, tropecé y me tuve que agarrar a una de las perchas, que cedió bajo mi peso.
Un sonido chirriante penetró en mis oídos mientras me recomponía.
Ancel miraba un gran boquete en el suelo, que daba a una cama parecida a la mía.
Luego, sus ojos ascendieron, buscando los míos. Frunció el ceño.
–Al final nos ha venido bien tu torpeza –una sonrisa torcida volvió a aparecer en su boca.
Yo sonreí también y me acerqué para mirar por el agujero. La habitación estaba en penumbra, por lo que solo pude distinguir el colchón.
Ancel me dio un empujón desde atrás que me hizo perder el equilibrio y vencerme hacia delante, cayendo a su habitación.
El impacto me dejó sin aire, pero no me hice daño. Tendría que conseguir un colchón tan blandito como el que tenía Ancel.
–No te hará falta –respondió mientras caía con perfecta gracia a la cama.
Noté cómo el colchón se hundía bajo su peso.
Luego, ambos nos levantamos y Ancel se puso a rebuscar entre cajones, baúles y algún que otro arcón que había en la grande habitación.
–¿Por qué tu habitación tiene más espacio?
Ancel levantó la cabeza y señaló con el dedo una de las paredes. Al principio no supe qué quería decir con eso, pero cuando me acerqué, lo comprendí todo.
Absolutamente toda la pared estaba recubierta de arañazos, cortes y golpes, seguramente de Musitel o los propios puños de Ancel.
–Llevo tiempo esperando a que la palmaras –susurró.
Yo me volví en redondo.
–¿Por qué?
–Para poder escapar de este lugar infernal. Literalmente –añadió.
–¿Escapar? ¿Por qué? –repetí.
–Sencillamente, porque Satanás está cambiando. Después de ganar esa batalla, se hizo muy poderoso. No sabes a cuántos Purgadores Conversos ha mandado al Limbo.
–¿Purgadores Conversos?
–Si un Alma es atravesado por la espada de un Purgador, el primero sufre un cambio y se Convierte en uno de nosotros. Y viceversa.
«Después de que Dios repartiera su esencia a los Almas, vinieron más. Satanás nos ordenó que matásemos únicamente a los que tenían el poder divino, alegando que eran los fuertes.
«Y era verdad. Eran los más poderosos. Pero a Lucifer no le importaba nuestra victoria. Desapareció de la pelea, dejándonos allí, mientras segábamos espíritus. Se dirigió al lugar donde aparecen todos los Conversos y comenzó a absorber su energía Celestial y mandarlos al Limbo para evitar que le delataran.
–Entonces…
–Satanás esconde muchos secretos –me cortó–. Más de los que yo nunca sabré. Y tiene mucho poder. Pero lo que lo hace peligroso es su ansia.
Sus ojos se trabaron con los míos, y el color ambarino relució bajo la penumbra.
–Hay que deshacerse de él, Leyna. Tienes que ayudarme a liberar al Infierno.
Me quedé callada, sin saber qué hacer o decir.
No conocía la magnitud del asunto. De hecho, no tenía ni idea de nada, pero sabía que nosotros dos solos no íbamos a hacer nada.
–No te preocupes. Hay muchos, muchísimos, de mi lado. Leyna… –sus ojos demostraban sinceridad, y, además, no soportaría la idea de separarme de Ancel.
–¿Cuándo empezamos?


De su habitación habíamos bajado al sótano, donde se encontraba la Sala de Entrenamiento, que en ese momento estaba vacía.
–Como aquí no nos cansamos, tienes que incrementar tu energía al máximo, tienes que adquirir poder –explicó a Ancel, mientras repasaba cada arma colgada de la pared–. Además, necesitas rapidez, agilidad, para ganar a un adversario como yo.
Por fin, terminó de observar las hachas, espadas, mazas, escudos y demás armas que había en la sala.
–Qué modesto –ironicé.
Él esbozó una sonrisa torcida y agarró una espada que de solo verla se me caían los brazos. La examinó con un brillo de admiración en los ojos, y en ese momento supe que hasta mi llegada, su vida había estado rodeada de armas y peleas.


Pasamos casi seis horas luchando, en las que Ancel me derrotó como unas tres mil quinientas millones de veces.
No obstante, aprendí estrategias, pasos y cómo sujetar una espada, por lo que el entrenamiento –o tortura para Leyna– dio sus frutos.
Ancel me miraba desde la otra punta de la sala, examinando cada milímetro de mi cuerpo. Ya no me intimidó su mirada.
–Ven –dijo–. Quiero enseñarte cómo coger el arco. Será muy útil cuando nos marchemos.
Aquello me cogió por sorpresa.
–¿Marcharnos? ¿Cuándo? ¿Adónde?
En ese momento, un ruido leve nos sobresaltó a ambos.
Nos giramos hacia la puerta, de donde había salido el pequeño sonido.
Solos tuvimos tiempo de ver un trozo de túnica azul oscuro, pero ambos la reconocimos al instante.
El miedo se apoderó de mi estómago y Ancel me dirigió una mirada que significaba que él sentía lo mismo.
–Nos vamos ya –dijo, mientras echaba un último vistazo al lugar en el que había estado Satanás unos minutos antes.

viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 14.

¡Hola! Feliz día de la Comunidad a los que viváis en Madrid. Os traigo un capítulo 14 con bastantes sorpresas, ya lo aviso. Quería decir que no lo he repasado, porque, siendo sincera, me da mucha pereza, así que seguramente encontréis bastantes fallos. Otra cosa que quería poner, es que he terminado hace un rato el capítulo 17 y llevo dos páginas del 18, y... ¡Al otro lado de la ventana ya pasa las 219 páginas! Sé que no es mucho, pero es un gran logro, ya que todavía me queda mucho para escribir de la novela (restauré la estructura), y tengo la esperanza de que llegue a las 400. Bueno, creo que eso es todo. Ya sabéis que, por favor, quiero 3 comentarios. ¡Feliz puente!

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Capítulo 14.
Me temes –su voz rebotó en las paredes de mi cerebro, si es que tenía uno tangible.
–¿Por qué dices eso?
Has cerrado con llave todos tus recuerdos y pensamientos.
–Nergal sí te teme, y tiene razones para ello. Yo no.
Eso es porque no me conoces –de algún modo era como si me estuviese desvelando un secreto que solo sabían unas pocas personas, como si se estuviese abriendo a mí.
–Me gustaría hacerlo.
Él rio un poco y luego su voz dejó de ser un eco.
–Titubeas.
–Es posible.
Se produjo un incómodo silencio en el que ninguno sabía qué decir. Seguía notando la presencia de Ancel bien clara en el interior de mi cabeza.
–¿Cómo lo has hecho? –pregunté.
Él suspiró, pero no dijo nada.
–Es tu habilidad –adiviné.
–Así es. Por eso te leía los pensamientos –dijo, con voz queda.
–Pero, entonces, ¿qué es, exactamente? ¿Introducirte en cabezas ajenas, leer la mente?
–Tengo poder sobre el raciocinio, emociones y pensamientos de cualquiera.
–Vaya. Eso es muy útil.
–Algunas veces –me pareció que se encogía de hombros.
Era plenamente consciente de que le costaba abrirse, y lo estaba intentando. Conmigo.
–¿No me ibas a contar lo de los Purgadores?
–Ah, sí. Cierto. No te asustes –la sorna volvía a estar presente en su tono de voz–. Vas a ver imágenes, y vas a oír mi voz de fondo. Te iré explicando cada cosa mientras tanto.
Tragué saliva y asentí, sin estar muy segura de si él podría captarlo. No obstante, pareció que sí, porque al rato dijo:
–¿Preparada?
–Siempre.
Y una oleada de imágenes me invadió.
En la primera, Satán miraba fijamente un páramo helado. Algunos escombros estaban amontonados en pequeñas montañas en algunos puntos. Un monte a la derecha escondía cuevas y pasadizos, de los que pendían grandes e imponentes estalactitas que amenazaban con caer en cualquier momento.
Una esencia entró en la estepa congelada. Podía sentir, desde mi posición tras un árbol desnudo, el potente calor que emitía.
Conforme avanzaba hacia mí, fui escondiéndome tras el tronco, para evitar que me vieran.
–Es un recuerdo, no se girarán para verte –la voz de Ancel salió de ningún sitio y se coló por todas partes, reverberando en mi mente y provocando eco en las grutas heladas.
Miré hacia el cielo, confusa por un momento. Luego volví a fijar mi mirada en la presencia que había entrado y que ahora escrutaba la poca vegetación que cubría las lindes de la tundra.
Se detuvo en algún punto a mi derecha, achinando los ojos para intentar ver más. Sin embargo, estaba demasiado lejos, por lo que comenzó a andar hacia el lugar del que su mirada no se movía.
A cada paso que daba, el calor iba aumentando. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para permitirme observarlo con detenimiento, pude averiguar que era una esencia de extremo poder, que emitía una energía mucho mayor que la de Satanás.
Siguió caminando con paso rápido, hasta alcanzar el lugar al que se dirigía. Se agachó al suelo y recogió un objeto que emitió un leve resplandor al rozar un rayo de sol.
Tras una sonrisa, el espíritu dio marcha atrás para cambiar su rumbo ahora hacia la montaña recubierta de nieve.
–Síguele –indicó Ancel.
Comencé a andar tras la figura.
–¿Quién es? Tiene mucho más poder que Lucifer.
Ancel pasó de contestar olímpicamente. De hecho, estuvo tanto tiempo callado que incluso pensé que algo le había pasado.
 No conocía el procedimiento de lo que estábamos haciendo, ni si era legal. Tan solo tenía la confianza puesta en Ancel como fuente fiable, y ahora que desaparecía…
Habíamos llegado ya hasta la entrada de una gran caverna cuando se dignó a contestar.
–A ver si adivinas.
–Como si me gustaran las adivinanzas –respondí, con el sarcasmo impreso en la voz.
Ancel no dijo nada más sobre el tema. Se limitó a hablar solo para darme indicaciones, que, de todas maneras, tampoco fueron muy abundantes.
Cuando casi perdí de vista a la presencia, Ancel soltó un improperio que me rebotó en los oídos.
–Ese vocabulario –le dije.
–Recuerda que yo también puedo oír los insultos que me lanzas desde que has llegado aquí –contestó, en tono de broma.
–Bueno, es que te los mereces.
–Eso piensas tú.
–Y además, ¿no escuchas las preguntas que también te dirijo?
–Las ignoro –casi pude ver su sonrisa torcida, con un brillo malévolo.
–Bien, pues te las voy a formular todas en voz alta hasta que decidas no ignorarme.
–¿Quién es?
–Ya te he dicho que lo adivines.
–Vale, bien. ¿Qué busca?
–Lo sabrás dentro de poco –otra evasiva.
“Qué bien ayudas, Ancel”, pensé.
–Gracias –respondió.
En ese momento me hubiera gustado tenerlo delante para haberle soltado un guantazo.
–Otra pregunta más –añadí después–: Y te juro que como no des una respuesta clara, tu cabeza quedará colgada del marco de la puerta.
–Dale –dijo, reprimiendo la risa.
–¿Dónde narices estabas tú? Se supone que todo esto lo estabas viendo, que lo estoy viendo más o menos desde tu punto de vista, pero, ¿dónde narices estabas?
–En… en realidad esto no son todavía mis recuerdos.
–¿Qué? –Apostaría lo que fuera a que tenía los ojos más redondos que un par de pelotas de ping-pong.
–Son recuerdos robados –aclaró.
–¿De quién? –Me figuraba de quién podía ser, porque, obviamente, solo había una esencia en todo el Inframundo lo suficientemente vieja como para haber “vivido” esto.
–Lucifer –dijimos a la vez.

Habíamos pasado por un entramado de pasillos y grutas de diferentes alturas antes de llegar a la enorme caverna que ahora se abría ante mí.
En el centro, una gran estalagmita salía disparada hacia el techo, donde un gran número de carámbanos colgaban peligrosamente.
La presencia de gran poder se había arrodillado a los pies de la gran estalagmita, con la larga barba blanca casi tocando el suelo.
Parecía un señor mayor, aunque era evidente que su estado físico era bueno, sino excelente.
El objeto que había recogido antes se hallaba ahora en el suelo, justo delante de él. Emitía un resplandor verdoso, que provocaba ondas en el aire en el que se reflejaba.
Entonces, la presencia habló:
–Señor de los Purgadores, te invito a hablar.
Se oyó una risa apagada que no venía del techo y que no era la de Ancel.
Luego, una imagen salió en forma de holograma del objeto. Al principio, el aspecto de la figura era desfigurado y extraño, pero conforme se empezó a  definir, descubrí una silueta que era más bien conocida: Satanás.
–No me tenéis que invitar, vos podéis hablar cuando os dé la gana, su Señoría –dijo, con avivada sorna.
–Quiero que nos batamos en duelo –dijo el anciano.
–Sabiendo que perderéis, ¿aún tenéis la valentía de retarme? –Lucifer arqueó una ceja.
–Por lo menos tengo coraje –aseveró con aplomo y frialdad el otro hombre.
–Juego con ventaja, y lo sabéis.
–Las emociones hacen débil al hombre.
–Os equivocáis. Le dan la humanidad, y la humanidad le da fortaleza –una sonrisa apareció en el rostro de Lucifer.
El anciano no respondió. Se limitaron a observarse mutuamente, lanzándose miradas que destilaban odio por parte de Satanás y una cruel frialdad por parte del otro hombre, que aún continuaba siendo anónimo.
A pesar de que la imagen de Lucifer estaba en una especie de holograma, se podía notar la energía que despedía su esencia, que era muy fuerte, pero sin llegar a igualar siquiera a la del anciano.
–Ancel –dije.
Él no respondió, pero, de alguna manera, supe que seguía allí, y que me escuchaba.
–¿Quién demonios es ese hombre?
–Qué poco perspicaz eres, mujer –me reprochó. Yo le ignoré–: Seguro que alguna vez has oído hablar de él. ¿Es que nunca has ido a misa o algo?
Puse los ojos en blanco para ocultar la corriente de emociones que me recorrían entera. ¿Sería posible? ¿Existía de veras aquel que la gran parte de la población veneraba? ¿Era como se creía o sería completamente diferente, como había resultado ser el Infierno?
Además, eso solo era un recuerdo. ¿Dónde estaba ahora, en esos precisos momentos? ¿Muerto? ¿En su trono dirigiendo el Paraíso?
No tenía ninguna respuesta para las preguntas, y tampoco podía identificar todo lo que sentía. ¿Curiosidad? ¿Miedo?
Quizá una mezcla de ambos. O quizá no se asemejaba a ninguno de los dos.
Era como si me hubiesen vaciado el estómago para poner un montón de mariposas en su lugar. No son nervios, o, al menos, creo que no. Pero se parecen.
Probablemente, sea una mezcla de sorpresa y un miedo hacia lo desconocido, hacia algo que es completamente nuevo.
En ese momento, el anciano, que había reconocido como Dios, habló.
–He hallado la forma de llegar hasta vos. Ya no estaréis a salvo de la ley nunca más.
–Os invito a entrar a mi reino, Señor. Os esperaré yo mismo en la puerta, pero debéis saber que no hay vuelta atrás una vez penetras en mis territorios.
Y luego, la imagen desapareció, junto con el holograma de Satanás.
Pasé varios minutos sumida en una oscuridad que me engullía, y, por primera vez, sentí verdadero pánico, porque desde que había llegado, nunca había hecho tanto frío, y jamás me había sentido tan sola.
Luego, poco a poco, las tinieblas se fueron retirando, dejándome ver un paisaje que sí conocía.
La blancura del Infierno se hallaba ante mí, aunque no de la misma manera que antes. Porque ahora lo veía desde fuera.
Un gran portón doble de madera se encontraba detrás de mí. Estaba recubierto de un color blanco inmaculado, con los bordes de las puertas pintados de color dorado, que resplandeció bajo la luminosidad.
–Esto es mucho, muchísimo tiempo después del recuerdo que acabamos de dejar–comenzó a explicar Ancel–.Y esto sí que forma parte de lo que yo viví. Satanás llevaba siglos y milenios preparándose para la inminente guerra contra Dios y su séquito.
–Pero, ¿por qué empezar la guerra? –interrumpí.
–Porque Dios no es como nosotros, o como Lucifer. Él es un Alma.
–¿Un Alma? –inquirí, confundida.
–Así es. Nosotros somos Purgadores.
–¿Y eso es…? –Dejé la pregunta implícita en el aire.
–Los Purgadores recordamos. Nuestro espíritu conserva parte de su humanidad: sentimientos, emociones… Ellos no tienen nada más que la pureza del Cielo.
–Entonces, ¿querían la guerra porque somos diferentes?
–No solo por eso. Hay muchas razones, aunque la mayor es el problema que tenemos con su Ley –hizo una pausa–. Ellos se rigen por las normas que dicta la justicia, son algo así como sagradas, y nosotros incumplimos el edicto más importante.
–¿Y cuál es? –pregunté, con una curiosidad creciente.
–No podemos entrometernos con el mundo viviente.
–¿Y cómo se supone que lo hacemos?
–Dos cosas. Nosotros sentimos y recordamos. A más de uno se le ha ocurrido viajar al plano terrestre, pero, creo recordar que una vez me preguntaste si atravesábamos paredes o algo así.
–Ajá.
–Bien, pues no, no lo hacemos. Nosotros tenemos algo que para ellos es muy peligroso.
–¿El qué?
–Una parte material –debió ver mi cara de total desconcierto, porque se apresuró a añadir–: Si bajas al plano material, tu espíritu reaccionará con los cuerpos, tanto vivientes como inertes.
–¿Eso quiere decir que si entro en una casa y cojo un objeto, quien esté delante verá el objeto levitando, pero no conseguirá advertirme?
–Justo eso.
Me quedé pensativa, digiriendo, sacando conclusiones.
–No comprendo. ¿Qué es lo que nos hace peligrosos para ellos, entonces?
–Su ley más importante dice que ningún ser inmaterial podrá entrar en contacto con el mundo viviente. Nosotros llevamos incumpliendo esa norma desde que llegó el primer Purgador. Cuando éramos pocos, los Almas se limitaban a advertirnos, pero conforme nuestro número aumentaba, se daban cada vez más casos de “fenómenos naturales” en la Tierra, que eran causados por nosotros mismos. Incluso algunos se hicieron visibles para los humanos.
«Cuando Dios se enteró de esto, amenazó directamente a Satanás, en este mismo lugar. Le dijo: “si no lográis contener a vuestros súbditos, me veré obligado a contenerlos yo.”
–¿Y luego qué paso?
–Se marchó.
–¿Nada más? ¿No hizo nada Lucifer? ¿Pararon los Purgadores de…?
–Paciencia, saltamontes. No me dejas hablar –casi pude ver su sonrisa–. Después de irse, Lucifer me hizo convocar una asamblea para anunciar la única ley que tenemos los Purgadores: está prohibido bajar más allá del Segundo Nivel.
No pregunté qué significaba, pues supuse que sería el segundo plano después de otro, que estaba seguramente pegado al terrestre.
–De todas maneras, el ser humano es impredecible, egoísta y cabezota, además de un experto en romper las reglas. Por eso, muchos Purgadores siguieron bajando.
«Lucifer acabó con esto a base de asesinatos, por así decirlo. Lo peor que te puede pasar aquí es el Destierro, o la muerte, que viene a ser lo mismo, porque es antinatural e imposible morir dos veces. Así, Satanás conseguía enterarse de todo aquel que salía del Infierno, y le esperaba en su vuelta para clavarle una daga y mandarlo al Limbo. Fue muy eficaz.
–¿Cesaron los viajes espacio-temporales?
Ancel asintió.
–Sí, pero lo hicieron demasiado tarde –su tono de voz había adquirido un tono glacial, que resonó en cada hueco de mi esencia–. Vas a ver lo que pasó unos tres meses después de aplicar la ley.
Y luego, se hizo el silencio.
Miré a mis alrededores, escrutando la blancura del aire. La falta de sonido comenzaba a abrumarme, hasta que un sonido rasgado penetró en mis tímpanos y me hizo estremecerme.
Poco a poco, filas y filas de Almas comenzaron a surgir por el horizonte. Gritaban y alzaban sus armas al aire, clamando el cumplimiento de la ley.
Avanzaban rápido, pues en pocos minutos ya habían acabado con la mitad del camino que me separaba de ellos.
Dios estaba al frente, con la mirada puesta en el portón de madera. Un brillo de desafío cruzó sus ojos fugazmente.
¿Sería capaz de derrotar a Satanás? Seguramente.
Sin embargo, algo tuvo que pasar, porque Lucifer seguía siendo Señor del Infierno y ni siquiera había oído el nombre de Dios en todo el tiempo que llevaba aquí.
La energía que emitía el cuerpo del hombre era electrizante y más grande que antes, casi.
Estaba claro que era muy poderoso.
Entonces, de improviso, una ranura se abrió entre las puertas de entrada al Infierno, y por ella comenzaron a salir las legiones de soldados.
No había ni rastro de Satanás o Ancel.
Ríos de Purgadores que expresaban diferentes emociones salieron a raudales del Infierno, portando todo tipo de armas.
El ejército de Dios detuvo su avance al comprobar lo que pasaba.
Era evidente que el anciano no tenía planeado empezar una guerra y que apenas había traído la mitad de sus tropas.
Por fin, salió el último Purgador y las puertas se cerraron tras dos figuras, una de ellas atlética y alta, y la otra un poco más baja y menos esbelta.
Lucifer y el General de su ejército.
Ancel.
Durante un momento sus siluetas se vieron reflejadas contra la luz, por lo que no alcancé a verle la cara hasta que se colocó al frente del ejército infernal, al lado de Satanás.
Tenía la misma pinta, aunque no había ni rastro del brillo sarcástico de su mirada. Además, era unos centímetros más bajo.
–Hemos venido a negociar –dijo Dios, rascándose pensativo la barba–. En el nombre del orden y la Ley –añadió.
–¿Y la horda de soldados que traéis detrás? ¿Viene para firmar? –intervino Ancel, sarcástico.
–¿Es tu nuevo perro faldero? –inquirió el anciano.
–Es vuestra perdición –corrigió Satanás, con una sonrisa maliciosa.
Luego lanzó una mirada a Ancel, que asintió obediente y se giró hacia el ejército.
–Estás acabado –susurró Lucifer.
Y tras una orden de Ancel, los soldados se lanzaron al ataque.
Dios miró hacia los lados, buscando una salida de escape o alguna manera de salir victoriosos. Era evidente que estaba atrapado, en el propio territorio de Lucifer, y que sería imposible tratar de llegar a un acuerdo con éste.
Los Almas empezaron a caer bajo las espadas de los Purgadores, que, además de superarlos en número, tenían una clara ventaja en cuanto a preparación.
Entonces ocurrió una cosa sorprendente. Dios, en mitad del campo de batalla, cerró los ojos y dejó correr su esencia, que se expandió hacia arriba, abajo y a los lados.
Cubrió toda la zona con su espíritu, sacrificando su poder, sabiendo que era la única forma de que la batalla no acabara en una masacre.
Su espíritu se fragmentó en miles de pequeños haces de luz, que se esparcieron por el lugar, entrando a las esencias de las Almas, haciéndolas más poderosas, llenándolas de agilidad y fuerza.
–Si no puedo guiar a mi gente hacia la libertad que da el orden y la Ley, lo harán a través de mí. Me has declarado la guerra, Señor del Infierno, pero has declarado una efímera. Yo te declaro una eterna –las palabras de Dios disipándose en el aire, conforme se extendía el desconcierto en la zona.
Para mi sorpresa, Satanás rio. Fue una risa amarga, a la que siguieron unas palabras que me helaron la sangre:
–Ya ha visto lo que querías que viera, Ancel. Sal de mi cabeza, abandona mis recuerdos. Soy más poderoso de lo que creéis y no me gusta que andéis ejerciendo vuestro libre albedrío por mi mente.
Y me dirigió una mirada fría. Me la dirigió a mí. Al lugar donde me encontraba. A mis ojos.
Y luego la imagen se desvaneció.